Aunque en un principio la sesión de fotos de embarazo era un regalo de José a Tania para el día de su cumpleaños, finalmente se convertiría en un regalo para toda la familia. Conseguirían así unos recuerdos imborrables de un momento único e irrepetible: Esperando a Hugo.
Estaba empezando a hacer ya mucho frío y ya habíamos atrasado una vez la sesión por culpa de la lluvia, pero esta vez parecía que íbamos a tener un poquito de suerte con el tiempo.
Para poder aprovechar la jornada, no solo por el tiempo que se volvía a estropear por la tarde, sino por la luz, decidimos que lo mejor era madrugar y llegar al lugar elegido con las primeras luces del amanecer, merecía la pena el esfuerzo.
Tal y como estaba previsto y a pesar del frío, el sol fue fiel a su cita y entre una capa de nubes se dejó ver a primera hora para deleitadnos con su luz y su calor. Incluso, en esos momentos, Tania no tuvo temor a meter los pies en el agua.
Teníamos que aprovechar todo lo que se pudiera esa preciosa luz, si después necesitábamos mas tiempo nos protegeríamos en el interior del bosque.
Creo que la fotografía de embarazo trasmite una ternura extrema, supongo que es el milagro de la vida, la unión de dos personas para traer a otra personita a este mundo. Por eso, cada vez mas, son mas parejas las que desean inmortalizar ese momento, y a mi personalmente me encanta participar de algo así.
Para la segunda parte de la sesión se unió a nosotros el pequeño Diego, que estaba deseando pintoretear la tripita de su mamá y al que no le gustaba nada que ella se levantase la ropa en el campo porque según él, el bebé pasaba mucho frío, «tápalo, tápalo que tiene frío» nos decía ante la sonrisa de todos.
Os dejo con un pequeño resumen de lo que dio de sí la sesión. Mil besos a Tania, José y Diego.
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