
Una sesión infantil siempre es un reto, cada niño es un mundo en sí mismo, y esta vez se trataba además de trillizos, el único arma efectiva es el cariño que le pones al trabajo.
De primeras la cosa no pintaba bien, llantos por aquí y por allá, nada nuevo por otra parte para mi, Amalia con la paciencia de una super mamá tranquilizaba a unos y a otros. El tiempo estaba un poco revoltoso, incluso a lo largo del día llegó a hacer algo de frío, así que de primeras comenzamos la sesión al calor de casa.
Los tres se fundían en abrazos con mami, y ella se entregaba a ellos con miradas y caricias, este tipo de fotos me encanta, realmente si dejas que ocurra, van saliendo solas, es cuestión de no interferir y estar atento, click, click y así una tras otra.
El papá de los pequeños llamó par decir que estaba en un atasco, maldito tráfico!, había que tomar una decisión, y yo en estos casos siempre me inclino por acudir al campo, sé perfectamente que ejerce una función terapéutica tanto en adultos como en niños, dicho y hecho, nos subíamos al campo a continuar con la sesión mientras esperábamos la llegada de papá.
Tal y como imaginé, en el campo los niños se relajaron mucho, cada uno se entretenía con una cosa, daba igual una flor, que una ramita, o los patos en el embalse, se respiraba como siempre una tranquilidad maravillosa.
De repente, todos a la vez abrieron de par en par sus ojazos, y una sonrisa se dibujó en sus pequeños rostros, sí, era papá aquel que se acercaba por la orilla, estaban ansiosos de ser abrazados, a partir de aquí continuaron los juegos y las risas e incluso entre todos intentamos hacer algo parecido a la música jajaja. Al final fue sencillo, una sesión infantil en la que pudimos obtener muchas de las imágenes que habíamos imaginado. Enhorabuena chicos por esta bonita familia que habéis formado.
Os dejo con un pequeño resumen en blanco y negro esta vez.

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